Esta mañana leía que 48.000 tiendas y locales habían cerrado desde 2008, una de las consecuencias quizá más alarmantes de la situación económica que estamos viviendo. Y, automáticamente, recordé el Informe ePyme 2012 y su principal conclusión: solo un 9% de las micropymes españolas utilizaba redes sociales. Es decir, un 91% aún no las usa. Y no se hace, sobre todo, por desconocimiento, por falta de formación.
Obviamente, las redes sociales no son la panacea ni pueden conseguir que una pyme no cierre si el resto de los factores son adversos. Pero, sinceramente, me sorprende que los empresarios no se hayan lanzado a comunicar el valor añadido de su empresa en redes sociales cuando probablemente sí habrán invertido en otras estrategias offline con un cierto impacto económico (publicidad, merchandising, mailing, etc).
Preguntando a algunos conocidos con pequeños negocios sobre las causas de este desconocimiento, obtengo una conclusión aún más sorprendente. El desconocimiento se produce porque no existe realmente un interés. «¿Por qué voy a estar en un canal que puede ver todo el mundo cuando realmente yo tengo una tienda de barrio? Bastante tengo en darme a conocer entre los vecinos».
Y yo creo, realmente, que es una oportunidad perdida. La pregunta que lanzo es: ¿estaría dispuesto a rechazar clientes lejanos geográficamente de mi, aunque ellos mismos estén interesados en mi negocio?
Precisamente, que Internet abarque un ámbito global, no significa que no se pueda hacer especial hincapié en lo local. Si el 80% de los internautas utiliza, al menos, una red social (según el IV Estudio Anual sobre Redes Sociales del IAB y Elogia), es ahí donde está nuestro público, esté cerca o no geográficamente. Este público busca teléfonos y direcciones en la Red, se relaciona entre sí y puede recomendar nuestros productos.
Mi negocio podría tener entonces una presencia glocal, es decir, aunque desarrolle mi actividad principal en un punto geográfico concreto, aporto un valor añadido tanto a mis vecinos como a los potenciales clientes que, probablemente no puedan acercarse todos los días a mi negocio, pero que sí requieran mis servicios a través de Internet, por ejemplo. O puede que mi experiencia y saber hacer hayan traspasado fronteras y las personas que viajen a mi ciudad por otros motivos sepan que, en mi negocio, pueden encontrar lo que necesitan.
Una crisis económica de la envergadura de la actual, nos obliga a ser competitivos. Ya no podemos esperar en nuestro mostrador a que entren los clientes porque vemos que eso, salvo excepciones, parece que no funciona, a juzgar por los datos.
Cuando uno tiene un negocio, debería utilizar todas las armas de las que disponga para poder salir adelante. Internet nos permite abrir un escaparate a millones de personas. Las redes sociales nos permiten conversar con ellas, atraer su atención con nuestro negocio que, por supuesto, para nosotros es el mejor. Solo tienen que escuchar lo que queremos contarles. La inversión económica no es elevada pero sí la dedicación. Es quizá uno de los costes con mayor impacto pero también, probablemente, uno de los más rentables. Lo contrario es esperar pacientemente, día a día, a que los clientes entren por la puerta.