Me gustaría dejar hoy de lado el mundo del social media que ha ocupado mis últimos posts para reflexionar sobre algo más intrínseco en el mundo de la comunicación y que puede aplicarse a cualquier canal.
La teoría nos dice que el mensaje debe llegar del emisor al receptor en el mejor estado posible para hacer posible un feedback. Hasta ahí, bien, pero ¿cómo puedo trasladar mi mensaje, por ejemplo, ante un auditorio de más de 100 personas desconocidas sin más ayuda que mi propia expresión corporal y, en ocasiones, un documento gráfico? Esta mañana, durante una conversación informal, he tratado el tema del storytelling, es decir, el arte de contar historias.
Ninguna situación es igual a otra, del mismo modo que los públicos son todos diferentes. No es lo mismo explicar una experiencia personal ante un auditorio repleto de personas desconocidas que ante amigos alredededor de un café.
Aún así, independientemente de la situación en la que nos encontremos, si nuestro discurso lo elaboramos a través de la clásica estructura «presentación-nudo-desenlace«, nuestro receptor lo escuchará más atentamente porque resultará más entretenido, lo procesará de manera adecuada al entender perfectamente el significado de cada una de nuestras frases en función del contexto, y lo recordará en el tiempo ya que está demostrado que los ejemplos sencillos son a la mente del receptor como una regla nemotécnica.
La técnica del storytelling es utilizada actualmente muy utilizada en política y, cada vez más, en el mundo empresarial, a través de discursos a empleados y colaboraciones en medios de comunicación.
Pero el storytelling no es solo una técnica comunicativa susceptible de ser aplicada al mundo profesional. Todos nos hemos encontrado en muchas ocasiones con situaciones en las que debemos explicar algo desagradable a una persona cercana, por ejemplo, a niños. Gracias al storytelling, esa situación se convertirá en una historia que puede tener un final feliz.